Madre, ¿por qué tú lavas
mi ropa todavía,
si ya no estás aquí?
¿por qué aún cruzas la casa
del afán y el amor,
con el interminable
oficio de tus luces?
Has dejado ventanas
tan abiertas en todo,
que nunca será noche
en mi sola palabra.
El humo en la cocina
te volvía más azul.
La niebla y la mañana
te hicieron de cristal
agotado las manos.
Madre, ¿por qué es tan frágil
tu forma de mirar
sonreír o marcharse?
Como si te quedaras
en todo lo vivido
ignotamente clara.
Como si no supieras
que somos tan lejanos
como lo que no fue.
Tú sabes que el amor
acierta cuando pasa
las mañanas volando.
que vivir es perderse
hacia el remoto afán
de lo diario ganado.
Tú llegabas despacio
a la aurora o la mesa.
Como un rayo que toca
las cosas sin olvido.
Madre, ahora mismo, aquí,
tan lejana y tan malva,
cuidas que mi poema
quede puro de sombra
como tu ropa clara.
Porque no hay diferencias
entre planchar camisas
o ganar las palabras.
Que todas las tareas
del amor son idénticas
a una luz en las manos.
Y la sabiduría
de continuar naciendo
es sencilla y es tuya
como un día soleado.
Somos interminables
porque tú nos ganaste
para tu oficio de ala.
Yo sé que no he partido.
que el sol lanza a raudales
sus espejos dorados
por las mismas ventanas.
Que sólo he caminado
de un río a otro del canto.
Que sigo caminando
por el día inagotable
de tu blanca mirada.
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