Lo nuestro es un jardín
con las flores despiertas que nos miran,
agobiadas de tanto
sentir el horizonte sobre ellas,
estrellas que se duermen
dócilmente vencidas por el viento,
pero nunca terminan...
Lo nuestro es este cuerpo
que crece hacia el afán
concluso de la vida,
con un puñal que brilla
aún más sangre que aliento
entre sus labios...
Lo nuestro es este adiós
que tiene tantos signos
de sangre y que por ello
tiñe todo el poniente
de sangre inexplicable para siempre...
Lo nuestro es esta noche
que se extiende a través de las raíces,
hasta llenarlo todo de esta profecía
que se duerme gritando en nuestros ojos.
Lo nuestro es este mar
que sólo se presiente y no se encuentra,
porque es un ala sucia de espejismos
que a todos nos entrega
la rastrera paciencia de sus sueños...
Lo nuestro es esa gloria
de arena en media calle del milagro,
que siempre se convierte
en el dintel de otras lejanías,
allá cuando tuvimos
el trono de la sed,
la paz del vértigo,
el pulso de los cuerpos transfundidos.
Y ahora nada, Señor,
sino este mapa para llegar a Ti,
tan roto y roto y roto por el viento
-por el tiempo también-
que nada queda... y queda...
Lo nuestro es este espejo
en donde llueve el mundo que se fue,
la rosa aquella,
blindada por la noche y por la noche.
Un espejo que, ay,
cuando deba quebrarse,
dejará tantos mundos desatados,
que escogeré mi abismo
cuando tú lo decidas...