El pájaro en la rama no ha nacido.
Primero crea la lluvia
sus alas, y se marcha.
Después el sol ensaya en su plumaje
auroras lejanísimas.
Luego la flor asciende
hasta el pico y la lengua
y apunta a lo invisible.
Ah, y el viento, dejadlo
por un instante a solas
en la creación del pánico,
en la llama del vértigo,
con la punta del ansia
labrando los diamantes
inseguros del vuelo.
El pájaro en la rama está naciendo.
Es un don amarillo.
Una señal inmóvil de que algo
mortal sube y alcanza transparencia,
de que es posible alimentar la sombra
de otras fugacidades,
ser una cita sola del azar
infatigablemente llamado por el aire.
Alejad vuestras manos.
Dejad que lo invisible
se reúna en lo alto
de los cielos del pino,
y diminutamente
cree los ojos del aire.
¿Sabéis que el fuego aguarda
sus monedas quemantes
entre el pecho del pájaro,
y que el día también
participa donándole
sus laberintos pálidos?
¿Y que el musgo prepara
sumido entre silencios,
una fosa de pánico
bebedora de alas?
Que el pájaro en la rama está muriendo.
Y es de abril el color
que la estrella ha dejado
entrelazado al aire.
Primero cae una leve, levísima ceniza
de cada una de las plumas agotadas.
Luego pasa la lluvia llevándose las alas.
Después el sol arrastra
consigo los plumajes
cargados de crepúsculos.
Y desde el pico cae
una invisible flor,
como un día quemado.
Ah, y el viento, cómo traspasa el cuerpo
levísimo que cae, sonoramente cae
con un lívido golpe todo fugacidad.
Y el musgo bebe entonces
las vencidas alturas.
Cada cosa recoge
la porción de milagro
que acercó hasta la estrella.
Y en el árbol se escuchan
los ecos de los trinos del olvido,
los silvos invencibles
que tejen y destejen
la música del aire
inventora de pájaros.
Que el pájaro en la rama no ha nacido.
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