El candil no ilumina,
pide perdón porque ilumina poco.
Porque apenas le dieron
una esquirla de luna
ante tanta tiniebla,
pero él sabe que no es necesario
dejar ciegos con luz
a los que ya son ciegos.
En la tormenta a veces el relámpago
nos deja deslumbrados de distancias,
y el cielo se detiene
en cada estrella, empezando otro cielo.
Pero el candil, abajo, aquí,
en esta encrucijada,
donde el cielo se apaga
y la lluvia se enciende,
donde el cielo se apaga
y la duda se enciende,
donde el amor se apaga
y se enciende la sola soledad,
apenas ilumina
mis manos que te llaman,
dejando que transite
la opaquísima luna en la ventana.
La noche hace su música
de árboles juzgados por el viento…
Y tú, eres la parte de la noche
más honda que la noche,
la fuga que no entiendo
ni nunca entenderé,
porque has sido el bálsamo y la herida
más atados a mi alma.
Pero el candil insiste, titilante,
lanzando sus penumbras sobre el techo,
las paredes, la ausencia,
el cristal azogado
que cumple la ventana,
las lejanías que a borbotones entran
debajo de la puerta
como agua del mundo.
Sé que estás escuchando
este candil que titubea
diciéndome que existes y no existes.
Seguirá mi candil llamándote, poesía.
Vivirá mi candil invocándote, asombro.
Morirá mi candil
convirtiéndose en luna,
en luna, luna y luna.
¡Que los candiles tienen
más mundos que la estrella!
*
Enciclopedia de Maravillas
Tomo IV
Enciclopedia de Maravillas
Tomo IV
EL TRÍO
Ayúdame con ella,
que es torrente de cielos
entre almohadas de bruma.
Acércate, no temas
que ella cree en los prodigios,
porque ella es un prodigio
debajo de su sombra.
Toca aquí,
sobre el pezón izquierdo
donde todo se esconde
para besarlo un día,
y bésalo conmigo
para que nunca olvide
que ambos somos un reino.
Bajemos a su vientre
de espasmos como ríos,
las dos lenguas hiriendo
cauces enardecidos,
abriendo en cada poro
aullidos secretísimos.
Ay, mira este contorno
de sus caderas ebrias
de promesas tañidas,
y los glúteos serenos
dividiendo la vida.
Acaricia conmigo
estas piernas que suelen
ser las piernas del mundo,
sus nimbadas rodillas
ligeramente fieras,
sus pies donde se oyen
fragorosos caminos.
Ven, ayúdame a besar
sus labios y su lengua
y su saliva indemne,
de diosa que se sabe
una ofrenda perfecta.
Sus ojos, no los mires por favor,
porque si caes en ellos
como yo, quedarías
esclavo de sus ríos.
Compartamos los dos
su cabellera móvil que espejea,
cada uno bebiéndonos
un gajo de perfume.
Y su espalda, bajémosla despacio
olfateando destinos,
buscando laberintos
donde sólo hay raíces.
Y caigamos muy juntos
a su sexo de ámbar,
donde las humedades
siguen buscando vidas…
Y entremos, sí, entremos
a la gloria imposible
de fundirnos con ella
para siempre vividos.
¡Gracias, Dios mío, gracias,
por ayudarme a amarla
de nuevo, cada noche!
No hay comentarios:
Publicar un comentario