Amo las cosas que gastadas brillan
como si los crepúsculos se hubieran
quedado en ellas para siempre ardiendo.
Los bordes de las sillas afinados
por la devoción clara de los dedos.
Los vasos transparentes de servir
manantiales distantes.
Los pisos sometidos a las sombra.
Los trajes deshilados por el aire.
Amo su fatigada servidumbre
de diamante apagado,
la sumisa pasión de sus silencios.
Amo su alma de otoño que fue alta
y compartió los ojos del milagro.
Su manera de darnos el olvido
sin llanto ni violencia,
como una sabia cercanía brillando
como la mano del amor sin nadie.
Amo los libros viejos
manoseados por la luz,
los guijarros que caben en la mano
donde brillan paisajes lejanísimos.
Porque va hacia el adiós su lenta música
se abrazan a la sombra sin gemir
callando como el fuego olvidado de las lámparas
que quedan solas al llegar al alba.
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