Ayúdame con ella,
que es torrente de cielos
entre almohadas de bruma.
Acércate, no temas
que ella cree en los prodigios,
porque ella es un prodigio
debajo de su sombra.
Toca aquí,
sobre el pezón izquierdo
donde todo se esconde
para besarlo un día,
y bésalo conmigo
para que nunca olvide
que ambos somos un reino.
Bajemos a su vientre
de espasmos como ríos,
las dos lenguas hiriendo cauces enardecidos,
abriendo en cada poro aullidos secretísimos.
Ay, mira este contorno de sus caderas ebrias
de promesas tañidas,
y los glúteos serenos dividiendo la vida.
Acaricia conmigo estas piernas que suelen
ser las piernas del mundo,
sus nimbadas rodillas ligeramente fieras,
sus pies donde se oyen fragorosos caminos.
Ven, ayúdame a besar
sus labios y su lengua
y su saliva indemne,
de diosa que se sabe
una ofrenda perfecta.
Sus ojos, no los mires por favor,
porque si caes en ellos
como yo, quedarías
esclavo de sus ríos.
Compartamos los dos
su cabellera móvil que espejea,
cada uno bebiéndonos un gajo de perfume.
Y su espalda, bajémosla despacio
olfateando destinos,
buscando laberintos
donde sólo hay raíces.
Y caigamos muy juntos
a su sexo de ámbar,
donde las humedades
siguen buscando vidas…
Y entremos, sí, entremos
a la gloria imposible
de fundirnos con ella
para siempre vividos.
¡Gracias, Dios mío, gracias,
por ayudarme a amarla
de nuevo, cada noche!
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