No vamos a perder esta partida,
que ya la ganó Dios.
Él regó margaritas perfectísimas
alrededor de todas las heridas.
Él puso ahí el abismo,
para que el puente volara desde el sueño
hasta la otra orilla del destino.
Él dijo al mar: "muerde los talones del hombre",
para que al caminar se convirtiera en mar.
Él ajustó el reloj
de nieblas de la muerte,
con precisión de eternidad,
para que al unísono se abrieran
las puertas siempre en vuelo del azar.
Él puso un ángel
exacto como el mundo, detrás de cada sombra
-ladrillos de la noche- detrás de cada herida:
-lenguajes de la sangre-
para que en cada puño de ceniza
hubiera un puño lleno de estrellas invisibles.
Es inmediato el mundo,
como una bofetada de luces en la noche.
Cada paso es un pueblo de semillas,
un mundo que aún no está
porque se adelantó para esperarnos.
Cada hora está en llamas,
y es su espejo el que arde como el tiempo.
Cada día no puede regresar
porque nunca se ha ido del asombro.
La vida sólo es sed, distancia toda.
La vida se detiene en la ventana
-muchacha loca, loca que no vuelve-
y nos mira a los ojos
enamorándonos hasta la muerte.
Para cantar se necesita un cielo.
Para morir se necesita un canto.
Por eso yo llegué con esta lámpara
herida por mi sed que no se acaba,
y la olvido en tus ojos pensativos
de caminante que se vuelve brisa.
La olvido para ti, porque no es mía,
sino de tu dolor, el que aún no sabes.
No vamos a perder esta partida,
que ya la ganó Dios.
Él ya movió las fichas una a una,
con una furia y un amor azules
que nunca entenderemos.
A nosotros nos queda
seguir el rastro entre una ficha y otra,
rebeldes o sumisos -¡Qué más da!-
al final siempre y siempre
el "jaque mate" de la luz vencerá
todas las sombras, todas:
las mías y las tuyas y las nuestras.
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