LA ALCOBA
Entremos a la alcoba
ahora que ya se fueron
las bandadas del mundo.
Dejemos que las cosas
lloren sus lejanías,
que el dolor busque el centro
aunque nunca lo encuentre,
que los pájaros vuelen
hasta hartarse de brisa,
que las cosas se vayan
o se queden o nada,
que los dioses se pudran
en su propia codicia,
que el amor siempre invente
laberintos en todo,
y que aprendan a aullar
las lenguas del silencio.
Salgamos a la calle
ahora que la noche
se puso la corbata
de bailar agonías,
y se fue a recorrer
bulevares de sombra.
Desnudémonos pronto
antes que el día llegue
a obligarnos al tiempo,
antes que los espejos digan
que somos eso perplejo que nos mira,
antes que el mundo rompa
cristales y ventanas,
con esa bofetada que lo caracteriza,
antes que tú te vuelvas
de pronto, trashumante
y colecciones sólo
distancias y caminos,
antes que yo me muera
de tanto soportar
el perfil de la vida,
antes que nos volvamos
la mueca de algún dios
que aún no ha nacido.
Deja que te acaricie
contra el mundo, amor mío.
Deja que te acaricie
contra la soledad,
mientras vuele contigo.
Deja que te desnude
sin caer al abismo,
mientras ame contigo.
Aquí, en la alcoba,
donde la noche ladra
alrededor, vencida.
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LA AGENDA
Mi agenda es sólo un corazón.
con las alas cerradas,
que tiene que morir imperdonable
y extasiado ante el mar
por demasiados cielos heridos en su vida.
Mi agenda es la pasión
del pájaro en si mismo profecía,
que sabe que no hay viento
ni luna que lo alcancen,
sino sólo un adiós
perpetuo en sus orillas.
Mi agenda es el destino
a las tres de la tarde,
avisándome que es la hora
más urgente del olvido.
Y el niño que yo tengo
que soportar conmigo,
diciéndome, que Dios
sigue lleno de prados en mis ojos.
Ahora escribo: esta tarde
voy a soñar también,
y la noche completa
la dejaré para algo
de sueño que me sobre,
y mañana, quizá
pueda inventarme otro sueño de arena,
otra estatua de arena,
otro beso de arena,
para besar el viaje que eres,
mujer de arena,
como todos los goces
de arena de este mundo.
Porque mi agenda es sólo un corazón,
y esto no es un asunto
de sangre o melodías,
es apenas un poco de atropellada luz
corriendo por las plazas
continuas de la muerte.
Alguien que tiene lluvia en la mirada
y que por eso puede llorar eternamente,
alguien que trae el sol en las dos manos
y que por eso puede vencer ante la muerte
cruzándola de estrellas.
Mi agenda es este día que te mira,
ah, pequeña desnuda,
ah, pan de escarcha,
ah, horario de los fuegos en mi frente,
ah, lo que yo no soy,
y escribo y callo.
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EL ALGODÓN
El mundo se volvió luna.
De luna, como si algo
acariciador del tiempo,
de las cosas que no duermen.
Y luego, esponjadamente,
como abriendo flores-luna,
el mundo siguió de luna,
de luna sola en la noche
primera de cada luna.
Ay, pero el día que llega
a violentar el silencio
con sus manos amarillas,
radiosamente amarillas,
ay, pero el día que pasa
como relámpago en celo,
saltando de flor a mundo
y del mundo a la distancia.
Ay, pero el día no sabe
qué luces de luna ruedan,
suavísimas como todos
los espejismos inciertos.
Y entonces el mundo-luna
buscó un arbusto indefenso
y subió semilla al cielo
hasta las ramas sedientas.
Y puso copas de luna,
blancas de tanta distancia,
suavísimas como todas
las travesuras del aire.
Fue algodón el silencio,
y fue el silencio más lunas
cuando el copo de algodón
se meció como naciendo
entre el alba que regaba
diamantes impenitentes.
Óyeme amor: toma lunas algodoneras del aire,
simplemente porque yo quiero regalarte albas
y quiero que toques lunas
con tus manos despertadas:
algodoneras de día y lunarias en la noche.
Amor, sólo somos lunas
de algodón cuando besamos
toda la incierta ternura
que nos sube de alma a alma.
Que estas lunas de algodón,
espejeras como plata
noche a noche -yo las amo-
en tu ventana se inclinan
para ayudarme a besarte
ebrio de lunas, la cara.